Su madre apartó las manos de Delaney y la abotonó como si tuviera cinco años otra vez-. Te quiero, y me preocupa que estés en ese pequeño apartamento en el centro-. Delaney abrió la boca para discutir, pero Gwen puso un dedo en sus labios para silenciarla-. Sé que no quieres volver a mudarte aquí ahora, pero sólo quiero que sepas que si cambias de idea, me gustaría que volvieras.
A punto estuvo Delaney de convencerse de que su madre era la madre ideal, una mujer cambiada. Pero siempre había sido de esa manera-. Lo recordaré, – dijo Delaney, apresurándose a salir por la puerta antes de que las cosas volvieran a cambiar.
Gwen clavó los ojos en la puerta cerrada y suspiró. No entendía a Delaney. Para nada.
No entendía porque su hija insistía en vivir en ese pequeño y horrible apartamento cuando no tenía por que hacerlo. No comprendía que alguien a quien le habían dado tantas oportunidades hubiera rechazado todo por una vida errante. Y aunque no podía evitarlo no podía dejar de estar un poco de decepcionada con ella.
Henry había querido darle a Delaney todo, y lo había rechazado. Todo lo que hubiera tenido que hacer era dejar que él la guiara, pero Delaney había querido su libertad. Hasta donde Gwen veía, la libertad estaba supervalorada. No alimentaba a una mujer o a su niña, y no quitaba el miedo que atenazaba el estómago en mitad de la noche. Algunas mujeres podrían cuidarse solas, pero Gwen no era una de esas mujeres. Necesitaba y quería un hombre que la cuidara.
Cuando conoció a Henry Shaw, supo simplemente que era el hombre para ella. Poderoso y rico. Había sido peluquera y trabajaba como peluquera con las Showgirls de Las Vegas, y lo odiaba. Después de una de las funciones, Henry había ido al camerino de su última novia y había salido con Gwen. Era tan guapo y con tanta clase. Una semana más tarde, se casó con él.
Ella había amado a Henry Shaw, pero más que amarlo, le estaba agradecida. Con su ayuda, vivió la vida que siempre había soñado. Con Henry, la decisión más difícil que tuvo que tomar fue qué servir para cena o a qué club asociarse. Gwen giró y caminó por el vestíbulo hacia la oficina de Henry. Por supuesto había habido un trueque por todos esos privilegios. Henry había querido un hijo legítimo, y cuando ella no concibió, la culpó. Después de intentarlo durante años, finalmente lo había convencido para ir a ver un médico especialista en fertilidad, y tal como Gwen había sospechado, Henry era prácticamente estéril. Tenía un espermiograma muy bajo, y de los pocos espermatozoides que tenía la mayoría eran deformes y lentos. El diagnóstico insultó y enfureció a Henry, y quiso hacer el amor todo el tiempo sólo para desmentir a todos los médicos. Estaba tan empeñado y tan seguro de que podría concebir un niño. Por supuesto que los doctores no habían estado equivocados. Habían tenido relaciones sexuales todo el tiempo, incluso cuando ella no quería. Pero nunca había sido realmente malo, y la restitución había valido la pena. Las personas la admiraban en la comunidad, y tenía una vida llena de cosas bellas.
Después de unos años, él perdió las esperanzas de tener un niño con ella. Nick acababa de regresar al pueblo y Henry centró la atención en el hijo que ya tenía. A Gwen no le gustaba Nick. No le gustaba esa familia, pero había estado agradecida cuando Henry finalmente volcó su obsesión hacia su hijo.
Cuando Gwen entró en la habitación, encontró a Max de pie delante del escritorio de Henry mirando unos documentos que había sobre el escritorio. Él la miró y una sonrisa arrugó el rabillo de sus ojos azules. Las canas plateadas comenzaban a aparecerle en las sienes, y más últimamente, se preguntó lo que sería que la tocara un hombre de su propia edad. Un hombre tan bien parecido como Max.
– ¿Se fue Delaney?- preguntó bordeando el escritorio hacia ella.
– Acaba de irse. Me preocupa. Está tan desorientada, es tan inconsciente. No creo que crezca nunca.
– No te preocupes. Es una chica lista.
– Sí, pero tiene casi treinta años. Ella…
Max acarició con el índice sus labios y su mejilla y silenció sus palabras-. No quiero hablar de Delaney. Ya es mayor. Has cumplido con tu trabajo, ahora necesitas dejarla en paz y pensar en otra cosa.
La mirada de Gwen se entrecerró. No sabía de qué hablaba Max. Delaney necesitaba la guía de su madre. Había vivido como una gitana demasiado tiempo-. ¿Cómo puedes decir eso? Es mi hija. ¿Cómo es posible que no piense en ella?
– En vez de en ella, piensa en mí -dijo bajando la cabeza y besando suavemente su boca.
Al principio, los labios que presionaban los suyos eran extraños. No podía recordar un tiempo en que la besara otro hombre que no fuera Henry. Llegó al borde con su boca sobre la de ella, y ella sintió el primer tanteo de su lengua. El placer atravesó su piel, y su corazón pareció triplicar sus latidos. Ella había querido saber qué se sentía al ser tocada por Max, y ahora lo sabía. Se sintió mejor de lo que había supuesto.
Al salir de la casa de su madre, Delaney paró en la farmacia de Value Rite [44] para coger un bote de Tylenol [45], cuatro paquetes de papel higiénico y un paquete Reese de mantequilla de cacahuete. Cogió dos cajas de tampones porque estaban de oferta y paró en la sección de revistas. Cogió una que olía a un perfume y que prometía revelar “Los Secretos de los hombres”. La hojeó y la metió en el carrito, con la intención de leerlo en la bañera cuando llegase a casa. En el pasillo cuatro metió una vela aromática, y cuando cruzaba por el pasillo cinco hacia la caja, prácticamente atropelló a Helen Markham.
Helen parecía cansada, y por el odio que brillaba intensamente en sus ojos, obviamente había oído las últimas noticias.
Delaney casi sintió lástima por ella. La vida de Helen no podía ser fácil, y Delaney creyó que tenía dos elecciones: Hacer que su enemiga se reconcomiera, o sacarla de dudas-. Espero que no creas ese rumor sobre Tommy y yo – dijo-. No es cierto.
– Mantente lejos de mi marido. No quiere que le hagas más insinuaciones amorosas.
Eso por tratar de ser amable-. Nunca le hice insinuaciones amorosas a Tommy.
– Siempre has estado celosa de mí. Siempre, y ahora crees que puedes robarme a mi marido, pero no podrás.
– No quiero a tu marido -dijo, terriblemente consciente de las dos cajas de tampones de su carrito, como si una no fuera suficiente.
– Le has querido desde que estábamos en secundaria. Nunca has podido soportar que me eligiera a mí.
La mirada de Delaney miró el contenido del carrito de Helen. Un bote de Robitusson, pinzas, un paquete de salvaslip y una caja de Correctol. Delaney sonrió, sintiendo una leve ventaja. Laxante e higiene femenina-. Él sólo te escogió porque no me acostaba con él, y lo sabes. Todo el mundo lo supo entonces y todo el mundo lo sabe ahora. Si no hubieras actuado como si estuvieras pegada a un colchón, entonces no se habría acostado contigo.
– Eres patética, Delaney Shaw. Siempre lo has sido. Ahora crees que puedes regresar, y quedarte con mi marido y mi negocio.
– Te dije que no quiero a Tommy-. Ella apuntó a Helen con un dedo y se inclinó hacia adelante-. Pero ten cuidado, porque te voy a dejar sin negocio-. Su sonrisa transmitía una seguridad que no sentía mientras empujaba su carrito detrás de Helen hacia la parte delantera de la tienda. En cuanto a la guerra capilar, iba a darle una patada en el culo a Helen.
Las manos de Delaney temblaban cuando colocó sus compras en la caja. Todavía temblaban cuando condujo a casa y cuándo metió la llave en el cerrojo de la puerta de su apartamento. Encendió la tele para oír el ruido de las noticias de las diez y vació su compra en la encimera de la cocina. El día había comenzado bien, pero se había ido al carajo rápidamente. Primero su madre, luego Helen. Los rumores sobre ella arrasaban las líneas telefónicas de Truly, y no había nada que pudiera hacer.