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De niña, a Delaney le encantaba el desfile de Halloween. Le habían encantado los disfraces y marchar por el pueblo hacia el gimnasio de la escuela secundaria donde el concurso de disfraces empezaría. Nunca había ganado, pero de cualquier forma le había encantado. Le había dado la oportunidad de vestirse como quería y pintarrajearse. Se preguntó si todavía servían sidra y donuts glaseados y si el nuevo alcalde repartía pocas bolsas de caramelo como había hecho Henry.

– ¿Recuerdas cuándo estábamos en sexto grado y rasuraste nuestras cejas y nos vestimos de asesinos psicóticos y teníamos sangre saliendo en chorritos de nuestros cuellos?- preguntó Lisa al lado de Delaney-. ¿Y tu madre se perdió un buen momento?

Lo recordaba muy bien. Su madre le había hecho un disfraz estúpido de novia del año. Delaney había fingido que le encantaba el vestido, pero luego fue al desfile como un asesino mojado de sangre sin cejas. Recordándolo, no supo cómo había tenido el valor para hacer algo que sabía que enojaría a su madre.

El año siguiente Delaney se había visto forzada a vestirse de pitufo.

– Mira a ese niño con su perro -dijo Delaney, apuntando hacia un niño disfrazado de patatas de McDonald y su pequeño perro como sobrecito de ketchup. Había pasado mucho tiempo desde que Delaney había ido a un McDonald-. Me muero por un cuarto de libra con queso ahora mismo-. Suspiró, ante una hamburguesa grasienta de carne roja haciéndole la boca agua.

– Tal vez venga caminando por la calle.

Delaney la miró de reojo -Ya nos pelearemos por eso.

– No eres rival para mí, chica de ciudad. Mírate, temblando hasta morir en tu viejo abrigo.

– Sólo necesito aclimatarme, -dijo Delaney con un gruñido, mirando a una mujer y a su bebé dinosaurio unirse al desfile. Una puerta se abrió y se cerró en alguna parte detrás de ella, y se giró, pero nadie había entrado en la peluquería.

– ¿Dónde está Louie?

– Está en el desfile con Sophie.

– ¿De qué van?

– Búscalos. Es una sorpresa.

Delaney sonrió. Ella si que tenía una sorpresa a punto de llegar. Se había tenido que levantar realmente temprano esa mañana, pero si todo iba según su plan, su negocio despegaría.

Un segundo camión se movió lentamente con un gran caldero humeante y una bruja chillando en su cubierta. A pesar de la cara negra y el pelo verde, la bruja le parecía ligeramente familiar.

– ¿Quién es esa bruja?- preguntó Delaney.

– Hmm. Oh, es Neva. ¿Recuerdas a Neva Miller?

– Por supuesto-. Neva había sido salvaje y escandalosa. Había alucinado a Delaney con historias de licores robados, cazuelas humeantes y sexo con la selección de fútbol. Y Delaney había absorbido cada palabra. Se inclinó hacia Lisa y murmuró, – ¿Recuerdas cuando nos contó que le hacía una mamada a Roger Bonner mientras él llevaba la motora que arrastraba a su hermano pequeño haciendo esquí acuático? ¿Y que nosotras no sabíamos lo que era hasta que nos lo detalló gráficamente?

– Si, y deberías callarte-. Lisa apuntó hacia el hombre que conducía el camión-. Ese es su marido, El Reverendo Jim.

– ¿Reverendo? ¡Demonios!

– Si, se salvó o renació o lo que sea. El reverendo Jim predica en esa pequeña iglesia de la calle setenta.

– Es Reverendo Tim, -corrigió una voz dolorosamente familiar directamente detrás de Delaney.

Delaney gimió mentalmente. Era tan típico de Nick acercarse a hurtadillas a ella cuando menos se lo esperaba

– ¿Cómo sabes que es Tim?- quiso saber Lisa.

– Construimos su casa hace unos años-. La voz de Nick era baja, como si no la hubiera usado mucho esa mañana.

– Oh, creí que tal vez, había pedido por tu alma.

– No. Mi madre ya pide por mi alma.

Delaney lo miró rápidamente por encima del hombro-. Tal vez deberías peregrinar a Lourdes, o a ese santuario en Nuevo México.

Una sonrisa fácil curvó la boca de Nick. Llevaba una gruesa sudadera con capucha sobre su cabeza; Blancas cuerdas colgaban sobre su pecho. Su pelo estaba retirado de su cara-. Tal vez – fue todo lo que dijo.

Delaney miró el desfile otra vez. Levantó los hombros y enterró la nariz fría en el cuello de su abrigo. No había nada peor que ser el cebo de Nick y eso la hacía preguntarse porque no se metía con ella. Lo había visto muy poco desde el día que había golpeado la puerta trasera de su negocio. Tácitamente, se evitaban el uno al otro.

– ¿De dónde vienes?- preguntó Lisa.

– Hacía unas cuantas llamadas desde la oficina. ¿Pasó Sophie?

– Todavía no.

Cuatro niños disfrazados de violentos jugadores de hockey pasaron después de los Roller Blades y seguidos de cerca por Tommy Markham que llevaba a su esposa. Helen estaba vestida de Lady Godiva, y en una puerta del coche había un letrero en el que se leía un anuncio de la peluquería de Helen. La calidad por diez dólares. Helen hacía gestos con las manos y tiraba besos a la gente, y en su cabeza tenía una corona de diamantes falsos que Delaney reconoció perfectamente.

Delaney dejó caer los hombros y mostró la mitad inferior de su cara-. ¡Eso es patético! Todavía lleva su corona.

– Se la pone cada año como si fuera la reina de Inglaterra o algo por el estilo.

– ¿Recuerdas lo que hizo en la campaña para ganarla, diciendo que yo iba contra las reglas? ¿Y como ganó porque en la Escuela no la descalificaron? Esa corona debería ser mía.

– ¿Todavía te pones como loca por eso?

Delaney cruzó los brazos sobre su pecho-. No-. Pero era así. Estaba irritada consigo misma por que Helen aún tuviera poder para cabrearla después de tantos años. Delaney estaba helada, posiblemente neurótica y muy consciente del hombre de pie detrás de ella. Demasiado consciente. No tenía ni que volverse para saber lo cerca que estaba. Lo podía sentir como una gran pared humana.

Pero hubo un tiempo en el que Nick había recorrido el desfile en su bicicleta como un enloquecido jinete y había terminado con puntos en la parte superior de su cabeza, siempre había ido de pirata. Y cada vez que lo había visto con su parche en el ojo y su espada falsa, sus manos se habían puesto húmedas y pegajosas. Una reacción extraña en vista de que normalmente la llamaba ridícula.

Ella giró la cabeza y lo miró otra vez, con su pelo oscuro recogido en una cola de caballo y un pequeño aro de oro en la oreja. Todavía parecía un pirata, y ella notaba un pequeño temblor caliente en el estómago.

– No vi tu coche en el aparcamiento, -dijo él, sus ojos fijos en los suyos.

– Hum, No. Lo tiene Steve.

Un ceño frunció su frente-. ¿Steve?

– Steve Ames. Trabaja para ti.

– ¿Un jovencito con el cabello rubio teñido?

– No es un jovencito

– Ya-. Nick cambió su peso de pie e inclinó la cabeza ligeramente a un lado-. Seguro que no lo es.

– De todas maneras es muy simpático.

– Es un muñequito.

Delaney lo volvió a mirar-. ¿Crees que Steve es un muñequito?

Lisa miró de Nick a Delaney-. Sabes que te quiero, pero chico, ese tío hace que toca la guitarra que alucinas.

Delaney metió las manos en los bolsillos y miró pasar a la Bella Durmiente, a Cenicienta y Hershey's Kiss [52]. Era cierto. Había salido con él dos veces y lo hacía con todo tipo de música. Nirvana. Metal Head. Mormon tabernacle choir. Steve lo “tocaba” todo, y era demasiado bochornoso. Pero era lo más parecido a un novio que tenía, aunque no lo llamaría así. Era el único hombre disponible que le había hecho caso desde que había llegado a Truly.

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[52] Una clase de bombones de USA, como si aquí alguien fuera de Ferrero Rocher (N deT)