Decidió dejarse el abrigo mientras se abría camino entre la gente. Pasó a duras penas entre dos caraconos y una sirena y casi tropezó con un Trekkie cubierto de un leve maquillaje amarillo.
– Hola, Delaney -dijo por encima del sonido de la música-. Oí que habías vuelto.
La voz sonaba vagamente familiar y obviamente la conocía. Pero no caía. Su pelo estaba echado hacia atrás con laca negra, y llevaba un uniforme rojo y negro con un símbolo que parecía una A en su pecho. Nunca había visto Star Trek y francamente no entendía la atracción-. ah, Sí. Volví en junio.
– Wes dijo eso cuando entraste.
Delaney miró fijamente a los ojos tan claros que apenas eran azules-. Oh, Dios mío -se quedó sin aliento-. ¡Scooter!- Solamente había una cosa más espeluznante que un Finley. Un Finley disfrazado de Trekkie.
– Si, soy yo. Cuanto tiempo-. El maquillaje de Scooter se abría en su frente, y su elección de color hacía amarillos sus dientes-. Te veo muy bien – continuó, inclinando la cabeza como una de esas muñecas chinas de madera.
Delaney recorrió con la mirada el área para que alguien la rescatase-. Si, tú también Scooter, – mintió. No veía a nadie conocido y su mirada volvió a él otra vez-. ¿Qué has estado haciendo últimamente?- preguntó, entablando una conversación ligera hasta que pudiera escapar.
– Wes y yo tenemos un criadero de peces en Garden. Se lo compramos a la vieja novia de Wes después de que ella se escapase con un camionero. Vamos a hacer una fortuna vendiendo barbos.
Delaney sólo podía mirarlo-. ¿Tienes un criadero de peces?
– Sí. ¿De dónde crees que viene el barbo fresco?
¿Qué barbo fresco? Delaney no recordaba ver barbo en ningún mostrador del pueblo-. ¿Y hay una gran demanda por aquí?
– Todavía no, pero Wes y yo pensamos que con el E. coli y la gripe del pollo, en el pueblo se comenzará a comer pescado-. Él miró su taza roja y tomó un largo sorbo-. ¿Estás casada?
Normalmente odiaba esa pregunta, pero no podía más que darse cuenta de que obviamente Scooter era incluso más tonto de lo que recordaba-. Ah, No. ¿Y tú?
– Divorciado dos veces.
– Buen número -dijo negando con la cabeza y encogiendo los hombros-. Hasta luego, Scooter-. pasó por su lado, pero él continuó.
– ¿Quieres una cerveza?
– No, tengo que reunirme con alguien.
– Avísala.
– No es ella.
– Ah-. vaciló y dijo-. Hasta luego, Delaney. Tal vez te llame alguna vez.
Su amenaza la podría haber asustado si estuviera apuntada en la guía telefónica. Se abrió paso entre un grupo de punkis, al final de la pista de baile. Abraham Lincoln le preguntó si quería bailar, pero se negó. Su cabeza comenzaba a latir y quería irse a casa, pero creía que se lo debía a Steve por salir con ella. Lo vio con Cleopatra esta vez, haciendo que tocaba en la guitarra a Wynonna Judd “No one else on Heart”.
Sus ojos se entrecerraron y apartó la vista de Steve. Podía ser sumamente bochornoso algunas veces. Su mirada se detuvo en una familiar pareja disfrazada de años cincuenta y la novia llevaba una falda de vuelo. Entre la gente que bailaban, Delaney observó como Lisa daba la vuelta alrededor de Louie volviendo a ponerse delante otra vez. La apretó contra su pecho y la inclinó hasta que su coleta rozó el suelo. Delaney sonrió y su mirada se movió a la pareja más cercana a Lisa y Louie. Nadie podía confundir al hombre alto que hacía girar a su sobrina. Hasta donde Delaney podía ver, la única concesión de Nick a la fiesta era su txapel, su boina vasca. Llevaba pantalones vaqueros y una camisa color café claro. Incluso sin disfraz, él parecía un pirata, con la boina negra jalada sobre su frente.
Por primera vez desde que se había mudado, Delaney deseó de verdad ser parte de una familia otra vez. No de una familia controladora y superficial como la de ella, sino una familia real. Una familia que se reía, bailaba y se amaba sin condiciones.
Delaney se giró y se topó con Elvis-. Permiso -dijo y cuando miró hacia arriba vió la cara de Tommy Markham con patillas falsas.
Tommy miró de ella a la mujer a su lado. Helen iba todavía de Lady Godiva, y todavía tenía la corona en su cabeza.
– Hola, Delaney -saludó ella, con una sonrisa presumida en su cara como si fuera superior. El tipo de sonrisa “besa mi culo” que le había mostrado desde primer grado.
Delaney estaba demasiado cansada para fingir un civismo que no sentía. El dolor de cabeza, y la sonrisa estúpida de Helen fueron el detonante-. ¿Te gustó mi parte del desfile?
La sonrisa de Helen desapareció-. Patética, pero previsible.
– No tan patético como tu peluca sarnosa y tu corona barata-. La música se detuvo cuando daba un paso adelante y acercaba su cara a la de Helen-. Y si alguna vez me dejas otra nota con amenazas, te la meteré por la nariz.
Las cejas de Helen cayeron y parpadeó-. Estás loca. Nunca te dejé ninguna nota.
– Notas-. Delaney no la creyó ni por un segundo-. Hubo dos.
– No creo que Helen lo hiciera.
– Cállate, Tommy – lo interrumpió Delaney sin apartar la mirada de su vieja enemiga-. Tus estúpidas notas no me asustan, Helen. Estoy molesta más que cualquier otra cosa-. Hizo una última advertencia antes de darse media vuelta, – Alejate de mí y cualquier cosa que me pertenezca-. Luego giró y se apresuró a través de la gente, esquivándola y sorteándola, con la cabeza doliéndole horrores. ¿Y si no era Helen? Imposible. Helen la odiaba.
Llegó hasta la puerta antes de que Steve la alcanzase.
– ¿Dónde vas? – preguntó, igualando su zancada con la de ella.
– A casa. Me duele la cabeza.
– ¿No puedes quedarte un ratito?
– No.
Entraron en el aparcamiento y llegaron al coche de Delaney-. Ni siquiera hemos bailado.
En ese momento el pensamiento de bailar con un hombre era demasiado perturbador para que le gustara-. No quiero bailar. He tenido un día largo y estoy cansada. Me voy a la cama.
– ¿Quieres compañía?
Delaney miró su cara de surfista y se rió silenciosamente-. Buen intento-. Él se inclinó hacia adelante para besarla, pero su mano en el pecho lo detuvo.
– De acuerdo – rió-. Tal vez en otra ocasión.
– Buenas noches, Steve, -dijo y se metió en el coche. De camino a casa, Delaney se detuvo en el Value Rite y compró un paquete gigante de Reese's [53], un bote de Coca-Cola, y espuma de baño con olor a vainilla. Incluso después de un baño caliente, contaba con estar en cama a las diez.
Nunca te dejé ninguna nota. Helen tenía que mentir. Por supuesto que no iba a admitir que escribió las notas. No delante de Tommy.
¿Qué pasaba si no mentía? El miedo estalló por primera vez, como una burbuja en su pecho, pero trató de ignorarlo. Delaney no quería pensar que el autor de la nota podría ser cualquiera además de su vieja enemiga. Alguien que no conocía.
Cuándo aparcó en el estacionamiento detrás de la peluquería, el Jeep de Nick estaba en la plaza que le correspondía. Su silueta oscura estaba apoyada contra el guardafaros de atrás, con una postura relajada. Los focos delanteros de su Miata se reflejaron en su chaqueta de cuero cuando se separó del vehículo.
Delaney apagó el motor del coche y cogió la bolsa de la tienda de comestibles-. ¿Me estás siguiendo? -preguntó saliendo del coche y cerrando la puerta.
– Por supuesto.
– ¿Por qué?- Los tacones de sus zapatos batieron la grava mientras iba hacia las escaleras.
– Cuéntame eso de las notas-. Extendió la mano y cogió la bolsa de la tienda de su mano mientras pasaba por su lado.
– Oye, puedo llevar eso -protestó percatándose de que hacía mucho tiempo que un hombre se hubiera ofrecido a llevarle nada. No es que Nick se hubiera ofrecido, por supuesto.