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Nick se apartó de la mujer de la cama y se movió sobre la alfombra verde hasta una puerta corredera de cristal que daba a una pequeña terraza encima de la Autopista 55. No planeaba asistir al entierro del viejo. Ni siquiera sabía exactamente cómo había llegado allí. Un minuto antes había estado de pie sobre Beach Crescent discutiendo algunos aspectos de la obra con un subcontratista, y lo siguiente que supo era que estaba en la Harley dirigiéndose al cementerio. No había tenido intención de ir. Sabía que era una “persona non grata” pero de todos modos había ido. Por alguna razón que no quería analizar detenidamente, había tenido que despedirse.

Se movió a una esquina de la terraza, sobre el ligero pavimento de tablas de madera, y rápidamente fue engullido por la oscuridad. El reverendo Tippet apenas había pronunciado la palabra “amen” cuando Gail, dentro de ese pequeño vestido transparente con estrechos tirantes, le había hecho la proposición a Nick.

– Mi cuerpo es mejor a los treinta y tres que a los dieciséis, -había murmurado en su oído. Nick no podía recordar con claridad como era ella a los dieciséis, pero recordaba que le gustaba el sexo. Ella había sido una de esas chicas que les gustaba tener sexo pero que luego actuaban como vírgenes. Solía salir a hurtadillas de su casa y llamar suavemente a la puerta trasera de la Tienda de Lomax donde él trabajaba después de cerrar barriendo el piso. Si estaba de humor, la dejaba entrar y se la tiraba contra una caja o contra el mostrador. Luego ella se comportaba como si fuera la que le estuviera haciendo el favor. Cuando ambos sabían que era al revés.

El aire fresco de la noche movió el pelo sobre sus hombros y rozó su piel desnuda. Él apenas advirtió el escalofrío. Delaney estaba de vuelta. Cuando supo lo de Henry, se figuró que volvería para su entierro. Incluso viéndola desde el otro lado del ataúd del viejo, con su pelo teñido en cinco tonos de rojo, había sido un shock. Después de diez años ella todavía le parecía una muñeca de porcelana, suave como la seda y delicada. Verla le hizo recordar, se acordó de la primera vez que puso los ojos en ella. Su pelo había sido rubio en ese momento y tenía siete años.

Ese día, dos décadas atrás, él estaba en la cola del Taste Freeze cuando se enteró de lo de la nueva esposa de Henry Shaw. No se lo podía creer. Henry había vuelto a casarse, y desde luego todo lo que Henry hacía, interesaba a Nick, él y su hermano mayor Louie habían montado sobre sus viejas bicicletas y habían pasado delante de todas las casas de alrededor del lago hasta la enorme casa victoriana de Henry. Igual que las ruedas de su bicicleta, también la cabeza de Nick daba vueltas. Sabía que Henry nunca se casaría con su madre. Se odiaban mutuamente desde que Nick podía recordar. Ni siquiera se hablaban. Pero Henry también ignoraba a Nick, y quizá eso cambiaría ahora. Tal vez a la nueva esposa de Henry le gustasen los niños. Tal vez a ella le gustase él.

Nick y Louie escondieron sus bicicletas detrás de los pinos y se arrastraron sobre sus barrigas por el borde del bien recortado césped. Era un lugar que conocían al dedillo. Louie tenía doce años, era dos años mayor que Nick, pero Nick era mejor vigilante que su hermano. Tal vez fuera porque tenía más paciencia, o porque su interés por Henry Shaw era más personal que el de su hermano. Los dos niños se pusieron cómodos y se dispusieron a esperar.

– Él ni siquiera salió, -se quejó Louie al cabo de una hora de vigilancia-. Llevámos aquí mucho tiempo, y no salió.

– Lo hará tarde o temprano-. Nick miró a su hermano, luego devolvió su atención al frente de la gran casa gris-. Lo hará.

– Vayamos a pescar algo al estanque del Sr. Bender.

Cada verano Clark Bender llenaba el estanque en su patio trasero de truchas moteadas. Y cada verano los niños Allegrezza le birlaban varias bellezas de medio metro-. Mami se enfurecerá, -recordó Nick a su hermano, la experiencia de la semana anterior con una cuchara de madera golpeando las palmas de sus manos todavía estaba fresca en su memoria. Normalmente Benita Allegrezza defendía a sus hijos con ferocidad ciega. Pero ni siquiera ella podía negar al Sr. Bender la acusación cuando los dos chicos habían sido escoltados a casa oliendo a vísceras de pez y con varias truchas colgando de sus cañas.

– No se enterará porqué Bender está fuera del pueblo.

Nick miró a Louie otra vez, y pensando en todas esas truchas hambrientas sintió una picazón en sus manos anhelando su caña de pescar-. ¿Estás seguro?

– Sí.

Pensó en el estanque y en todos esos peces que sólo esperaban un Pautzke [7] y un anzuelo afilado. Luego negó con la cabeza y apretó los dientes. Si Henry se había casado otra vez, entonces Nick iba a estar allí para ver a su esposa.

– Estás loco, -dijo Louie con disgusto y gateó hacia atrás, por el césped.

– ¿Te vas de pesca?

– No, me voy a casa, pero primero vaciaré el “lagarto”.

Nick sonrió. Le gustaba cuando su hermano mayor decía cosas atrevidas como esa-. No le digas a mamá donde estoy.

Louie abrió la cremallera de sus pantalones y suspiró mientras se aliviaba-. No se lo diré, pero se lo imaginará ella sola.

– No lo hará-. Cuando Louie montó de un salto sobre su bicicleta y rodeó la casa, Nick volvió a mirar la fachada de la mansión. Sostuvo su barbilla con la mano y observó la puerta principal. Mientras esperaba, pensó en Louie y en lo afortunado que era de tener un hermano que iba a séptimo grado. Le podía contar cualquier cosa y Louie nunca se reía. Louie ya había visto la película de la pubertad en la escuela, así que Nick le podía interrogar sobre las preguntas importantes, como cuando le iba a salir pelo en las pelotas, cosas de chicos que uno no le podía preguntar a una madre católica.

Una hormiga avanzó por el brazo de Nick y estaba a punto de aplastarla entre sus dedos cuando la puerta principal se abrió y se quedó helado. Henry salió de la casa y se paró en la terraza para mirar sobre su hombro. Hizo una seña con la mano y al poco tiempo salió una niña por la puerta. Una masa de rizos rubios enmarcaba su cara y caía en cascada sobre su espalda. Ella puso su mano en la de Henry y los dos caminaron por el porche y bajaron las escaleras. Llevaba un vestido blanco lleno de lazos con calcetines de encaje parecidos a los que las chicas llevaban puestos en su Primera Comunión, pero ni siquiera era domingo. Henry señaló en la dirección de Nick, y Nick aguantó la respiración, temiendo que le hubieran visto.

– Por aquí detrás, -dijo Henry a la niñita mientras caminaba a través del césped hacia el escondite de Nick-. Hay un gran árbol donde he pensado que se podría hacer una casa.

La niñita miró al hombre de imponente altura a su lado e inclinó la cabeza. Sus rizos dorados se movieron como muelles. La piel de la chica era bastante más pálida que la de Nick, y sus grandes ojos eran castaños. Nick pensó que parecía una de esas pequeñas muñecas que su tía Narcisa guardaba en una vitrina de cristal, lejos de las sucias manos de niños patosos. A Nick nunca le habían permitido tocarlas, aunque tampoco había querido hacerlo.

– ¿Te Gusta Winnie The Pooh?- preguntó ella.

– ¿Te gusta a ti?

– Sí, Henry.

Henry se apoyó en una rodilla y miró los ojos de la chica-. Ahora soy tu padre. Me puedes llamar papá.

El pecho de Nick se hundió y su corazón golpeó tan fuerte que no podía respirar. Había esperado toda su vida escuchar esas palabras, pero Henry se las había dicho a una estúpida niña de cara pálida a la que le gustaba Winnie The Pooh. Debió hacer algún ruido porque Henry y la chica miraron hacia su escondite.

– ¿Quién está ahí?- preguntó Henry levantándose.

Lentamente, con la aprensión estrujando su estómago, Nick se puso de pie y se enfrentó al hombre que su madre siempre había dicho que era su padre. Enderezó los hombros y miró fijamente los ojos gris pálido de Henry. Quería correr, pero no se movió.

– ¿Qué haces ahí?- preguntó Henry otra vez.

Nick levantó la barbilla pero no le contestó.

– ¿Quién es, Henry?- preguntó la niña.

– Nadie – contestó y se giró hacia Nick-. Vete a casa. Ahora mismo, y no vuelvas nunca.

Allí parado resistiendo la presión de su pecho, con las rodillas temblando y con el estómago revuelto, Nick Allegrezza sintió que sus esperanzas morían. Odió a Henry Shaw-. Eres un hijo de puta chupa-lagartos, -dijo, luego bajo la mirada a la niña del pelo dorado. También la odió. Con su odio ardiendo en los ojos e inflamado por la cólera, giró y salió de su escondite. Nunca regresó. Nunca volvió a esperar en las sombras. A esperar cosas que nunca tendría.

El ruido de pasos hizo regresar los pensamientos de Nick del pasado, pero no se dio la vuelta.

– ¿Qué piensas?- Gail se movió detrás de él y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. La delgada tela de su vestido era lo único que separaba sus pechos desnudos de su espalda.

– ¿Sobre qué?

– Sobre mi nuevo y mejorado cuerpo.

Él se giró y la miró. Ella estaba inmersa en la oscuridad y no la podía ver demasiado bien-. Está bien -contestó.

– ¿Bien? ¿Me he gastado miles de dólares en las tetas, y eso es lo único que dices? ¿Qué está bien?

– ¿Qué quieres que te diga?, ¿que hubieras sido más lista si hubieras invertido tu dinero en otra cosa que en silicona?

– Creía que a los hombres les gustaban los pechos grandes -dijo haciendo pucheros.

Pechos grandes o pequeños no era tan importante como lo era lo que una mujer hacía con su cuerpo. Le gustaban las mujeres que sabían como usar lo que tenían, que perdieran el control en la cama. Mujeres que lo empujaran, que se movieran y se ensuciaran con él. Gail estaba demasiado preocupada por su aspecto.

– Pensaba que todos los hombres fantaseaban con pechos grandes, -continuó ella.

– No todos los hombres-. Nick no había fantaseado con ninguna mujer hacía mucho tiempo. De hecho, no tenía fantasías desde que era un niño y además esas ilusiones habían dado lo mismo.

Gail envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se puso de puntillas-. Parecías apreciarlos hace un rato.

– No dije que no los apreciara.

Ella deslizó su mano de su pecho a su estómago-. Entonces haz el amor conmigo otra vez.

Él pasó los dedos alrededor de su muñeca-. Yo no hago el amor.

– ¿Entonces qué fue lo que hicimos hace media hora?

Él pensó en darle una respuesta con una palabra más gráfica, pero supuso que no apreciaría su sinceridad. Pensó en regresar a su casa, pero ella deslizó su mano a la parte delantera de sus pantalones vaqueros y recapacitando esperó un rato para ver lo que ella tenía en mente-. Eso fue sexo -dijo-. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.

– Suenas amargado.

– ¿Por qué, porque no confundo sexo y amor?- Nick no se consideraba amargado, sólo desinteresado. Tal y como él lo veía, no había ninguna ventaja en enamorarse. Sólo muchas emociones y tiempo desaprovechados.

– Tal vez nunca has amado – dijo ella presionando con la mano el botón de sus pantalones-. Tal vez te enamores de mí.

Nick se rió entre dientes desde lo más profundo de su pecho-. No cuentes con eso.

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[7] Marca comercial de un tipo de cebo (N de T)