– Tenía dieciséis años y sabía bastante más que tú de sexo. Eras joven e ingenua y no sabías nada. Eras la princesa de Truly, y yo el hijo ilegítimo del alcalde. No era bueno ni para besar tus pies, pero eso no me detuvo de desearte hasta que me dolieron las entrañas. Sabía que podía haber llamado a un montón de chicas que conocía pero no lo hice. Quería imaginarte a ti-. Inspiró otra vez profundamente-. Probablemente piensas que soy un pervertido.
– Sí, – ella rió suavemente-. Destacar como un Ponderosa es bastante pervertido.
Él miró sobre su hombro la diversión en sus grandes ojos castaños-. ¿No te importa?
Ella negó con la cabeza.
– ¿No crees que esté enfermo como un demonio?- A menudo se lo había preguntado.
– En realidad, me siento halagada. Supongo que a todas las mujeres les gusta que un hombre fantasee sobre ellas.
Ella no sabía de la misa la media-. Bueno, pensé en ti de vez en cuando.
Se acercó a él y desabrochó un botón en la parte delantera de su camisa-. Yo he pensado en ti, también.
Bajo sus párpados, él observó sus manos blancas contra la franela roja, sus delgados dedos moviéndose hacia su cintura-. ¿Cuándo?
– Desde que he vuelto-. Sacó los faldones de su camisa de sus pantalones vaqueros-. La semana pasada pensé en esto-. Se inclinó hacia adelante y rozó su lengua sobre su pezón plano. Se endureció como si fuera cuero, y él metió sus dedos a través de su pelo.
– ¿Qué más?
– Esto-. Ella desabotonó el botón del pantalón y metió una mano bajo sus calzoncillos cortos. Cuando envolvió su palma suave alrededor de su duro eje y apretó, sintió un ramalazo en el vientre. Ella frotó la dilatada cabeza, a lo largo y a lo ancho, y él permaneció allí de pie, sintiendo todo. La textura de su pelo suave en sus dedos, la sensación de su boca mojada en su pecho y garganta. Podía oler algún tipo de perfume en su cuerpo, y cuando ella lo besó, sabía a whisky, a café y a deseo. Él amó tener su lengua en su boca y su mano dentro de sus pantalones. Él amó mirar su cara mientras lo tocaba.
Él le quitó el suéter y desabrochó su sujetador beige y pensó en todas las fantasías que había tenido con ella. Combinadas, ninguna de ellas hacía sombra a la realidad. Él ahuecó sus redondos pechos blancos en sus manos, y acarició sus perfectos pezones rosados.
– Te dije que quería lamerte entero – murmuró ella mientras le bajaba los pantalones y los calzoncillos por los muslos-. También he estado pensando en esto-. Ella se arrodilló ante él en pantalones vaqueros y calcetines y le hizo entrar en su húmeda y cálida boca. El aliento abandonó sus pulmones y plantó los pies con fuerza para no caerse. Ella lamió el glande y suavemente acarició sus testículos. Él se estremeció y mantuvo apartado el pelo de Delaney de su cara mientras miraba sus pestañas largas y sus mejillas suaves.
Nick normalmente prefería sexo oral a cualquier otra cosa. No siempre tenía puesto un condón, dejando que la mujer eligiera. Pero no quería correrse en la boca de Delaney. Quería mirar sus ojos mientras se sepultaba profundamente en ella. Quería saber qué sentía ella. Quería sentir como lo retenía profundamente dentro de su cuerpo y sentir sus temblores incontrolados. Quería olvidarse de usar protección y dejar algo de sí mismo en lo más profundo de su interior después de que se fuese. Nunca se había sentido así con otra mujer. Quería más. Quería esas cosas que no creía posibles. Quería estar con ella mucho más que una noche. Por primera vez en su vida, quería más de una mujer que lo que ella quería de él.
Por fin, la puso de pie y rescató un condón del bolsillo de sus pantalones vaqueros. Se lo puso en la mano-. Pónmelo, Fierecilla, – dijo.
Capítulo Diecisiete
A Delaney la despertó el suave roce de las puntas unos dedos acariciando su columna vertebral. Abrió los ojos y clavó los ojos en el ancho pecho velludo de Nick a menos de dos centímetros de su nariz. Ella se puso sobre el estómago, y un rayo del brillante sol matutino cayó sobre su piel morena.
– Buenos días.
No estaba segura, pero creyó sentir como la besaba en la coronilla-. ¿Qué hora es?
– Casi las ocho y media.
– Mierda-. Rodó hacia su lado y se habría caído al suelo si él no la hubiera agarrado del brazo y puesto una pierna desnuda sobre sus caderas. Una delgada sábana de flores era lo único que los separaba. Ella subió la mirada al mismo dosel rosado en donde se había despertado la mayoría de las mañanas cuando era más joven. La cama era pequeña para una persona, y mucho más para una persona del tamaño de Nick-. Tengo una cita a las nueve-. Ella reunió valor y lo miró, su peor miedo se confirmó. Estaba guapísimo por la mañana. El pelo le caía por un lado de la cara y la sombra de la barba hacía más oscura su mandíbula. Debajo de sus gruesas pestañas, sus ojos eran demasiados intensos y alertas para las ocho y media de la mañana.
– ¿No puedes cancelarla?
Ella negó con la cabeza y echó un vistazo alrededor buscando sus ropas-. Si salgo dentro de diez minutos, podría llegar a tiempo-. Lo volvió a mirar a la cara y lo pilló clavando los ojos en ella, y mirándola como si estuviera memorizando todos sus rasgos o pasando revista a sus defectos. Podía sentir como sus mejillas se ponían ardientes, y se enderezó, apretando la sábana contra su pecho-. Sé que parezco un adefesio- dijo, pero él no la miraba como si estuviera medio muerta. Tal vez una por una vez en su vida había tenido suerte y no tenía ojeras. -¿No?
– ¿Te digo la verdad?
– Sí.
– De acuerdo-. Él cogió su mano y besó la palma-. Estás mejor que cuando ibas de pitufo.
Una arruga apareció en las esquinas de sus ojos, y Delaney sintió un cosquilleo caliente que subió desde las puntas de sus dedos y se extendió a través de sus pechos. Éste era el Nick que amaba. El Nick que bromeaba mientras la besaba. El hombre que la podía hacer reír incluso cuando quería llorar-. Te debería haber dicho que mintieras -dijo y apartó su mano antes de que se le olvidase la cita de las nueve. Tomó sus ropas tiradas en el suelo al lado de ella. Le dio la espalda, alcanzándolas y se vistió tan rápidamente como le era posible.
Detrás de ella sonaron los resortes del colchón cuando Nick se puso de pie. Él se desplazó por la habitación, recogiendo su ropa del suelo, completamente despreocupado por su desnudez. Con un calcetín en la mano, ella lo miró meter las piernas en el Levi’s y abotonarlo. Bajo la tenue luz matutina, Nick Allegrezza era un cachas de primera. La vida no era justa.
– Dame tus llaves, y te calentaré el coche.
Delaney metió el pie en el calcetín. Nadie se había ofrecido nunca para calentar su coche, y el simple gesto la conmovió-. En el bolsillo del abrigo-. Después de que él dejara el dormitorio, Delaney se lavó la cara y cepilló los dientes y el pelo. Cuando cerró la casa detrás de ella, las ventanillas del Cadillac de Henry estaban limpias. Nadie había raspado nunca sus ventanillas tampoco. La nieve nueva parecían lunares brillantes contra el fondo plateado. Estuvo a punto de llorar. Nadie se había preocupado nunca por su seguridad y bienestar, excepto tal vez su antiguo novio Eddy Castillo. Había sido un forofo del ejercicio, preocupado por su dieta. Le había regalado un Salad Shooter [57] por su cumpleaños, pero un electrodoméstico para la cocina no se podía comparar con calentar el coche y raspar sus ventanillas.
No preguntó a Nick cuando lo vería otra vez. Él tampoco lo dijo. Habían pasado la noche como amantes, pero no se había mencionado el amor ni siquiera planes para cenar.