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A mitad de su lectura, Thanny levantó los ojos de la hoja de papel para mirar otra vez a Daisy, que estaba siendo instruida por Vine respecto al formateado de los disquetes. Un verso acudió a la cabeza de Wexford: «¿Qué dama es la que enriquece la mano de aquel caballero?». Romeo y Julieta… bueno, ¿por qué no?

– Muchas gracias. No le molestaré más tiempo.

Thanny no parecía ansioso por irse. Preguntó si a él también podían enseñarle el sistema informático. Le interesaba porque estaba pensando en sustituir su máquina de escribir. Wexford, que no habría llegado a donde estaba si fuera incapaz de hacer frente a este tipo de situación, dijo que no, lo sentía pero estaban demasiado ocupados.

Encogiéndose de hombros, Thanny se dirigió despacio hacia la puerta. Allí se entretuvo un momento como si estuviera absorto en sus pensamientos. Podría haberse quedado allí hasta que Daisy se hubiera marchado, de no haber sido porque el agente Pemberton le abrió la puerta y le hizo salir.

– ¿Quién era? -preguntó Daisy.

– Un estudiante norteamericano llamado Jonathan Hogarth.

– Qué nombre tan bonito. Me gustan los nombres con el sonido th [10]. -Por un momento, por un desconcertante momento, habló exactamente igual que su abuela. O como Wexford supuso que su abuela debía de hablar-. ¿Dónde vive?

– En un cottage de Pomfret Monachorum. Está aquí para seguir un curso de escritura creativa en la Universidad del Sur.

Wexford pensó que Daisy parecía triste. Si te gusta su aspecto y su voz, tuvo ganas de decirle, ve a la universidad y conocerás a muchos como él. Tuvo ganas de decírselo pero no lo hizo. Él no era su padre, por muy paternal que pudiera sentirse, y lo era Gunner Jones. A Gunner Jones no podía importarle menos si ella iba a Oxford o si hacía la calle.

– No creo que vuelva a utilizar jamás este lugar -dijo Daisy-. Bueno, no como mi sitio especial privado. No lo necesitaré. Sería extraño hacerlo ahora que dispongo de toda la casa. Pero siempre tendré recuerdos felices de él. -Hablaba como alguien de setenta años, otra vez la abuela, contemplando una distante juventud-. Era realmente agradable, llegar a casa del colegio y poder venir aquí. Y poder traer a mis amigas, y nadie nos molestaba. Sin embargo, estoy segura de que no lo apreciaba como debería haberlo hecho cuando lo tenía. -Miró por la ventana-. ¿Ese chico ha venido en bicicleta? He visto una apoyada en la pared.

– Sí. No está lejos.

– Si se conoce el camino a través del bosque, no; aunque supongo que él no lo conoce. Y de todos modos, no en bicicleta.

Cuando ella hubo regresado a la casa, Wexford se permitió una pequeña fantasía. Supongamos que realmente se atrajeran, esos dos. Thanny podría telefonear a Daisy, podrían conocerse y después… ¿quién sabía? No un matrimonio o una relación seria, él no quería eso para Daisy, a su edad. Pero para molestar a Nicholas Virson, para que Daisy cambiara su negativa a Oxford por una entusiasta aceptación; cuan deseable parecía todo aquello.

Gunner Jones regresó a casa antes de lo esperado. Había estado en York, en casa de unos amigos. Burden, al teléfono, le preguntó el nombre y la dirección de los amigos y él se negó a dar estos detalles. Previamente, se había enterado por la policía metropolitana de que, lejos de no ser capaz de manejar una pistola, Jones era miembro del North London Gun Club y tenía permiso de armas para rifle y pistola, motivo por el cual era objeto de inspecciones periódicas por parte de la policía.

El revólver no era un Colt sino un Smith and Wesson Modelo 31. No obstante, todo esto condujo a Burden a pedirle, en términos no inciertos, que acudiera a la comisaría de policía de Kingsmarkham. Al principio, Jones volvió a negarse, pero algo en el tono de Burden debió de dejarle claro que no podía elegir.

A la comisaría de policía, no a Tancred House. Wexford le hablaría en la austeridad de una sala de entrevistas, no donde su hija estaba a sólo un tiro de piedra. No supo por qué llegó a la decisión de ir a casa por el camino de Pomfret Monachorum. Era mucho más largo, daba un gran rodeo. La belleza de la puesta de sol, quizás, o algo más práctico: para evitar, al ir hacia el este, conducir directamente delante de aquella llameante bola roja cuya luz cegaba al penetrar en el bosque con rayos deslumbrantes. O simplemente ver cómo había empezado la primavera para cubrir de verde los árboles jóvenes.

Al cabo de unos seiscientos metros les vio. No el Land Rover. Ése o estaba escondido entre los árboles o aquel día no lo habían utilizado. Y John Gabbitas no iba vestido con su traje protector, no se veía ninguna sierra de cadena ni ninguna otra herramienta. Llevaba vaqueros y una chaqueta de Barbour y Daisy también llevaba vaqueros con un grueso jersey. Estaban de pie en el borde de una reciente plantación de árboles jóvenes, muy lejos, vislumbrados sólo porque por casualidad allí había como un pasillo, un camino abierto. Estaban hablando, estaban muy juntos y no oyeron su coche.

El sol les doraba con un tono rojizo y parecían figuras pintadas sobre un paisaje. Sus sombras eran oscuras y se alargaban en la hierba enrojecida. Vio que ella ponía una mano sobre el brazo de Gabbitas y su sombra le copió el gesto, y entonces Burden siguió conduciendo.

21

Un leñador utiliza cuerda. Burden recordaba haber visto realizar «cirugía» en un árbol del jardín de un vecino. Fue durante su primer matrimonio, cuando sus hijos eran pequeños. Todos lo habían contemplado desde una ventana del piso de arriba. El «cirujano» se había atado con cuerda a una de las grandes ramas del sauce antes de empezar el trabajo de serrar una rama muerta.

Si John Gabbitas trabajaría en sábado él no lo sabía, pero quiso ir al cottage temprano por si acaso. Sólo pasaba uno o dos minutos de las ocho y media. Los timbrazos repetidos no consiguieron despertarle. O Gabbitas todavía no se había levantado o ya se había ido.

Burden fue a la parte de atrás y miró los diversos edificios anexos, una leñera y un cobertizo para maquinaria, y una estructura para mantener la leña seca mientras se curaba. Todo había sido registrado al principio del caso. Pero cuando registraron, ¿qué buscaban?

Gabbitas apareció cuando Burden regresó a la parte delantera de la casa. Parecía no haber venido por el sendero que cruzaba el pinar, sino por entre los mismos árboles, de la zona de árboles que quedaba al sur de los jardines. En lugar de botas de trabajo, llevaba zapatillas de deporte y en lugar de ropa protectora o incluso su Barbour, vaqueros y un jersey. Si llevaba una camisa debajo de éste no se veia.

– ¿Puedo saber dónde ha estado, señor Gabbitas?

– Dando un paseo -respondió Gabbitas. Fue escueto y seco. Parecía ofendido.

– Una buena mañana para pasear -dijo Burden con suavidad-. Quiero preguntarle por la cuerda. ¿Utiliza usted cuerda en su trabajo?

– A veces. -Gabbitas se mostró receloso, parecía que iba a preguntar por qué, pero debió de pensárselo mejor o recordó cómo había muerto Andy Griffin-. Últimamente no la he usado, pero siempre la tengo a mano.

Como Burden había esperado, tenía la costumbre de atarse al árbol si el trabajo que tenía que hacer era a cierta altura o peligroso por alguna otra razón.

– Estará en el cobertizo de la maquinaria -dijo-. Sé exactamente dónde. Podría encontrarla a oscuras.

Pero no pudo. Ni a oscuras ni a plena luz del día. La cuerda había desaparecido.

Wexford, que se había preguntado de dónde procedían aquellas facciones de Daisy que no venían directamente de Davina Flory, las vio misteriosamente en el hombre que tenía ante sí. Pero no, quizá no misteriosamente. Gunner Jones era su padre, un acto manifiesto para todos excepto los que sólo veían un parecido en el tamaño físico y en el color del pelo y los ojos. Él tenía… o mejor dicho, Daisy tenía la manera de mirar oblicuamente ladeando el ojo y la boca, la curva de las ventanas de la nariz, el corto labio superior, las cejas rectas que describían una curva sólo en las sienes.

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[10] En inglés, el grupo th suena como una zeta, en algunos casos muy suave. (N de la T.)