Cuando el objeto ardiendo cayó a sus pies, preguntó al bombero si había alguien dentro de la casa.
La llegada de la ambulancia ahorró al hombre la respuesta. Wexford vio que Dora daba marcha atrás para dejar espacio. El bombero apartó la barrera y la ambulancia entró.
– No había esperanzas para intentar nada -afirmó el bombero.
Detrás seguía un coche. Era el MG de Nicholas Virson. El coche redujo velocidad y se detuvo, pero no como si estuviera bajo control, no como si el conductor hubiera frenado y puesto punto muerto y después el freno de mano. Se estremeció hasta detenerse y se paró con una sacudida. Virson bajó y se quedó contemplando el fuego. Se tapó la cara con las manos.
Wexford volvió junto a Dora.
– Puedes irte a casa si quieres. Alguien me llevará.
– Reg, ¿qué ha ocurrido?
– No lo sé. No puedo imaginar que se iniciara por casualidad.
– Te esperaré.
Los hombres de la ambulancia sacaban a alguien en una camilla. Él esperaba que fuera una mujer pero era un hombre, un bombero que había efectuado un desesperado intento. Nicholas Virson volvió un rostro contraído a Wexford. Las lágrimas se derramaban por sus mejillas.
25
La casa en parte era muy antigua y había sido construida sólidamente en aquel distante pasado con estructura de madera. Sobrevivieron dos de los postes principales. Eran de roble y casi indestructibles, irguiéndose entre las cenizas como árboles abrasados. No había cimientos y, al igual que los árboles, esos grandes montantes habían sido plantados muy hondos en el suelo.
El lugar ennegrecido parecía más el residuo de un incendio forestal que el de una casa quemada. Wexford, que supervisaba las ruinas desde su coche, recordó que había encontrado bonito el hogar de Virson la primera vez que lo había visto. Un cottage como de caja de bombones, con rosas alrededor de la puerta y un jardín adecuado para un calendario. La persona que había provocado aquel incendio gozaba con la destrucción de la belleza, disfrutaba con la mutilación en sí. Porque para entonces a Wexford no le cabía duda de que se trataba de un incendio provocado.
El garaje de The Thatched House contenía veintidós latas de un galón de gasolina y aproximadamente ese número de latas de galón de parafina. Estas latas estaban alineadas a ambos lados del garaje, la mayoría de ellas junto a la pared común con la casa. El tejado de paja se extendía por encima de todo el garaje, así como de la casa en sí.
Nicholas tenía una explicación. Los problemas en Oriente Próximo habían incitado a su madre a acumular gasolina. Qué problemas en particular no podía recordarlos, pero la gasolina llevaba allí años, «por si había escasez».
No había llovido lo suficiente, pensó Wexford [13]. Una larga y grave sequía había precedido a la llovizna de los días pasados. Los investigadores habían encontrado poca cosa en aquel garaje, quedaba muy poco. Algo había encendido aquellas latas, un simple fusible. El hallazgo del resto de una vela casera corriente, que de manera casi milagrosa había rodado y salido por debajo de las puertas, les llevó a pensar que se trataba de un objeto vital para el incendio provocado. Lo que el investigador tenía en mente no siempre iba bien, pero en este caso sí había ido bien. Empapar un trozo de cuerda no en gasolina sino en parafina, e insertar un extremo en una lata de parafina. La única lata de parafina estaría rodeada de latas de gasolina. Atar el otro extremo de la cuerda alrededor de una vela hasta la mitad, encender la vela y dos, tres, cuatro horas más tarde…
El bombero estaba malherido pero se recuperaría. Joyce Virson había muerto. Wexford había dicho a la prensa que trataban el caso como un asesinato. Era un incendio provocado y un asesinato.
– ¿Quién conocía la existencia de esa gasolina, señor Virson?
– La señora de la limpieza. El tipo que viene a arreglar el jardín. Supongo que mi madre se lo había dicho a otra gente, amigos. Tal vez yo también. Quiero decir, para empezar, recuerdo a un muy buen amigo mío que había venido y andaba escaso de gasolina. Le puse la suficiente para que llegara a su casa. Después estaban los tipos que venían a reparar el tejado, entraban y solían almorzar allí…
Y fumar, pensó Wexford.
– Será mejor que nos dé algunos nombres.
Mientras Anne Lennox anotaba los nombres, Wexford pensó en la entrevista que acababa de sostener con James Freeborn, el subjefe de Policía. ¿Cuántos asesinatos más tenían que esperar antes de que se hallara al que los perpetraba? Ya habían muerto cinco personas. Era más que una matanza, era una hecatombe. Wexford sabía que era mejor no corregir al subjefe de Policía, no decir algo sarcástico, por ejemplo, acerca de que esperaba que no hubiera otros noventa y cinco muertos. En cambio, pidió que se mantuviera el centro de coordinación en Tancred sólo hasta el fin de semana y de mala gana se le concedió permiso.
Pero basta de protección para la chica. Wexford tuvo que asegurarle que aquella semana no iría nadie.
– Algo así podría durar años.
– Espero que no, señor.
Nicholas Virson preguntó si habían terminado con él, si podía irse.
– Todavía no, señor Virson. Ayer le pregunté, antes de tener idea de la causa de este incendio, dónde había estado el martes por la noche. Se hallaba usted muy perturbado y no insistí en la pregunta. Ahora vuelvo a hacérsela. ¿Dónde estaba?
Virson vaciló. Al fin dio esa respuesta que nunca es cierta pero no obstante se da a menudo en estas circunstancias.
– Para ser completamente sincero, estuve conduciendo por ahí.
Dos de esas frases en conjunción. ¿La gente está alguna vez «conduciendo por ahí» simplemente? ¿Solo, de noche, a principios de abril? ¿En el lugar donde está su casa de campo, donde no hay nada nuevo que ver ni lugar hermoso que descubrir para regresar a verlo a la luz del día? En un viaje de vacaciones quizá, pero ¿en su propio vecindario?
– ¿Por dónde estuvo conduciendo? -preguntó paciente.
Virson no sabía qué responder.
– No lo recuerdo. Por ahí, por los caminos -dijo esperanzado-. Hacía buena noche.
– Está bien, señor Virson, ¿a qué hora dejó usted a su madre y se marchó?
– Puedo decírselo: a las nueve y media. En punto -añadió-. Le digo la verdad.
– ¿Dónde estaba su coche?
– Fuera, en la grava, y el de mi madre estaba al lado. Nunca los guardábamos en el garaje.
No, no podían entrarlos. No había espacio. El garaje estaba lleno de combustible, esperando estallar cuando una llama llegara a él mediante una tira de cuerda.
– ¿Y adonde fue?
– Ya se lo he dicho, no lo sé, me limité a ir conduciendo. Cuando regresé…
Tres horas más tarde. Parecía muy bien cronometrado.
– ¿Estuvo conduciendo por el campo durante tres horas? En ese tiempo podía haber ido a Heathrow y regresado.
Un intento de sonrisa triste.
– No fui a Heathrow.
– No, ya supongo que no. -Si el hombre no quería decírselo tendría que adivinarlo. Miró la hoja de papel en la que Anne había escrito los nombres y direcciones de las personas que conocían el almacén de gasolina: amigos íntimos personales de Joyce Virson, el amigo de Nicholas Virson que se quedó sin gasolina, su jardinero, la mujer de la limpieza…-. Creo que aquí ha cometido un error, señor Virson. La señora Mew trabaja en Tancred House.
– Ah, sí. Trabaja para nosotros… bueno, para mí, también. Dos mañanas a la semana. -Pareció aliviado ante el cambio de pregunta-. Así es como empezó a ir a ayudar a Tancred. Mi madre la recomendó.