– Alguien tiene que ir por ayuda, -dijo Claws.
– Supongo que ese sería yo, -dijo Diesel-. No cualquier anormal.
Hubo un sonido como el de una burbuja de jabón estallando. Plink. Y ya no sentí a Diesel a mi lado.
– Mierda santa, -dijo Briggs-, ¿qué fue eso?
– Uh, no sé, -dije.
– ¿Estamos todos todavía aquí, cierto? -preguntó Briggs.
– Estoy aquí, -dije.
– No oí nada, -dijo Lester.
– Ya, yo tampoco, -dijo Briggs-. No oí nada.
Nos sentamos y esperamos en extraña quietud.
– Hola, -gritó Briggs después un rato, pero nadie contestó, y nos callamos otra vez.
No había forma de medir el tiempo en la cueva oscura como boca de lobo. Los minutos pasaban, y luego súbitamente hubo un sonido lejano. Removiendo y golpeando. Y voces amortiguadas llegaban hasta nosotros. Oímos sirenas, pero eran débiles, el sonido amortiguado por los escombros.
Dos horas más tarde, después de haber hecho muchos tratos con Dios, un pedazo grande del techo fue arrastrado fuera de nuestra mesa, vimos la luz del día y caras que nos miraban detenidamente. Otro trozo fue sacado, y Diesel cayó a través de la abertura.
– Creo que sólo imaginé que estabas atrapado bajo el techo con nosotros, -dijo Briggs-. En realidad estuviste fuera todo el tiempo, ¿verdad?
– Seguro, -dijo Diesel, llegando hasta mi.
Él me alzó, una pareja de bomberos me tiraron a través del agujero, y subí reanimada. Briggs vino después, en seguida Lester, luego Claws, y finalmente surgió Diesel.
Más o menos todo el techo había colapsado, pero como Lester había indicado, las paredes todavía estaban en pie. El estacionamiento estaba lleno de vehículos de emergencia y de curiosos. Me detuve en el estacionamiento, sacudí mi cabeza y el polvo de yeso salió volando. Mi ropa estaba apelmazada con él, y todavía podía probar el polvo al fondo de mi garganta.
Miré a Claws y me di cuenta por primera vez que había llevado con él su juguete inconcluso cuando el edificio había comenzado a desplomarse. Él lo tenía acunado en su brazo, sostenido cerca del pecho. Era un bloque pequeño de madera, medio esculpido, cubierto de polvo, igual que el resto de nosotros. Era demasiado pronto para poder distinguir que tipo de juguete estaba haciendo. Lo miré deslizarse más allá de la primera línea de trabajadores de rescate y silenciosamente entrar en su coche y marcharse. Un movimiento inteligente, ya que era buscado por no comparecer en el tribunal.
Miré alrededor del estacionamiento. Y luego examiné el cielo.
– Él no está aquí, -me dijo Diesel-. No se queda por ahí después de que golpea.
– ¿A qué se parece? -En mi mente visualizaba al [17]Trasgo Verde.
– Sencillamente un tipo normal, pequeño y viejo con cataratas.
– ¿Ningún cinturón de utilidad? ¿Ningún rayo bordado en su camisa?
– Lo siento.
Un paramédico me puso una manta alrededor de mis hombros y trató de encaminarme hacia un vehículo. Miré mi reloj y enterré mis talones.
– No pueden examinarme ahora mismo, -dije-. Tengo que ir de compras.
– Usted no se ve muy fuerte, -dijo el tipo-. Se ve bastante pálida.
– Por supuesto que estoy pálida. Me quedan sólo cuatro horas para hacer compras antes de tener que ir a la casa de mis padres para la cena de Nochebuena. Usted también estaría pálido si estuviera en mis zapatos. -Recurrí a Diesel-.Tuve algo de tiempo para pensar seriamente mientras estaba atrapada bajo la mesa, y las cosas se volvieron muy claras para mí. Mi madre es más una amenaza para mí ahora mismo que Ring. ¡Llévame a Macy!
Era media tarde y las calles estaban relativamente vacías. Los negocios habían cerrado temprano. Los niños estaban de vacaciones. Los compradores jubilaban sus tarjetas de crédito. Jersey estaba en casa, disponiendo la mejor cena para el día de Navidad, preparándose para una tarde reuniendo juguetes y envolviendo paquetes. En ocho horas, cuando las tiendas estén todas cerradas, toda la población del estado estará en una búsqueda desesperada de baterías, papel de envolver, y cinta.
En ocho horas, los niños de todo el estado escucharán cascos de renos en el techo. Excepto Mary Alice, que ya no creía en la Navidad.
La anticipación colgaba en el aire sobre el centro comercial, la carretera, el Burg, y cada casa en cada ciudad al mismo tiempo fascinada hasta formar la megalópolis. La Navidad estaba casi aquí. Quieralo, o no.
Diesel dobló en el estacionamiento y consiguió un espacio cerca de la entrada del centro comercial. Ya no había problemas con el estacionamiento. Dentro del centro comercial, el silencio era opresivo. Unos agotados dependientes estaban parados inmóviles, esperando el timbre de cierre. Algunos clientes se tambaleaban de percha en percha. Hombres, en su mayor parte. Viéndose perdidos.
– ¡Vaya!, -dijo Diesel-. Esto es aterrador. Es como estar con unos muertos vivientes.
– ¿Y tú? -Pregunté-. ¿Hiciste todas tus compras Navidadeñas?
– No hago muchas compras de Navidad.
– ¿Esposa, novia, madre?
– Estoy actualmente sin.
– Lo siento.
Él pellizcó mi nariz y sonrió.
– Está bien. Te tengo a ti.
– ¿Me compraste un regalo?
Nuestros ojos se trabaron, y su expresión se calentó un par de grados. Él levantó sus cejas ligeramente en pregunta, y sentí como me subía la temperatura.
– ¿Quieres un regalo? -preguntó. Ambos entendimos lo que él ofrecía.
– No. ¡No! -Aspiré algo de aire y me esforcé en limpiar el polvo de mi chaqueta-. En todo caso gracias.
– Avíseme si cambias de opinión, -dijo él, con su voz juguetona de regreso.
Generalmente, dos personas caminando por el Quaker cubiertos de polvo de la construcción llamarían algo la atención. A las cuatro en la víspera de Navidad, nadie habría notado si hubiesemos estado desnudos. No desaproveché el tiempo en los detalles como el color o el tamaño correcto. Estaba de acuerdo con el método de Lula. Llenar tu bolsa con cosas cercanas a la caja registradora. Terminé a las cinco treinta, y envolví los regalos camino a la casa de mis padres.
Diesel se detuvo de golpe en el bordillo, y salimos del coche con nuestros brazos atestados de cajas y bolsas.
La Abuela estaba en la puerta.
– Está aquí, -gritó al resto de la familia-. Y trae con ella a ese chico marica y musculoso otra vez.
– ¿Chico marica? -preguntó Diesel.
– Es complicado, -dije.
– Oh Dios mío, -dijo mi madre cuando nos vio-. ¿Qué sucedió? Estás inmunda.
– No es nada, -dije-. Un edificio se nos cayó encima, y no tuvimos tiempo de cambiarnos.
– Hace un par de años habría pensado que era insólito, -dijo mi madre.
– Tienen que ayudarme, -dijo la Abuela-. Mi semental viene a cenar, y todavía no tengo mis dientes.
– Hemos mirado por todas partes, -dijo mi madre-. Hasta miramos en la basura.
– Alguien los robó, -dijo la Abuela-. Apuesto que una dentadura buena valdría un dineral en el mercado negro.
Hubo un golpe en la puerta, y Morelli entró por sí mismo.
– Justo la persona que quería ver, -dijo la Abuela-. Quiero informar un delito. Alguien se robó mis dientes.
Morelli me miró. La primera mirada dijo, socorro.
Y la segunda mirada dijo ¿qué demonios te pasó?
– Un techo se nos cayó encima, -dije a Morelli-. Pero estamos bien.
Un músculo saltó en la mandíbula de Morelli. Estaba tratando de permanecer calmado.
– ¿Dónde estaban tus dientes cuando los viste por última vez? -Pregunté a la Abuela.
– En un vaso, limpiándose.
– ¿Perdiste sólo los dientes? ¿O el vaso, también?
– El malvado y piojoso ladrón se llevó todo, el vaso y lo demás.
Mary Alice y Angie estaban delante de la televisión.
– Oye, -les dije-. ¿Alguna de ustedes vio los dientes de la Abuela? Estaban en un vaso en la cocina y ahora ya no están.
– Pensé que Abuelita los botaba, así que los tomé para Charlotte, -dijo Mary Alice.
Charlotte es un dinosaurio grande de color lavanda que vive en el dormitorio de la Abuela. La Abuela ganó a Charlotte en un paseo a Point Pleasant hace dos años. Ella dejó cuatro cuartos de dólares en el número treinta y uno, rojo. El tipo hizo girar la briosa rueda. Y la Abuela ganó a Charlotte. Charlotte había sido al principio pensada para Mary Alice, pero la Abuela se encariñó con Charlotte y la guardó.