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– ¿Qué tenemos aquí? -Le pregunté-. ¿Fantasma? ¿Vampiro? ¿Extranterreste?

Él se repantigó en el sofá e hizo zapping en la televisión.

– Te estás aproximando.

Yo estaba pérpleja. ¿Cómo se deshace uno de alguien que puede abrir cerraduras? Ni siquiera puedes hacerlo arrestar por la policía. Y aunque decidiera llamar a la policía, ¿qué le diría? ¿Tengo a un tipo en cierto modo real en mi apartamento?

– Supón que te golpeó y te encadenó a algo. ¿Entonces qué?

Él estaba surfeando por los canal, concentrado en la televisión.

– Podría soltarme.

– ¿Supón que te disparo?

– Me enfurecería. Y no es inteligente enfurecerme.

– ¿Pero podría matarte? ¿Podría lastimarte?

– ¿Qué es esto, las veinte preguntas? Estoy buscando un juego. ¿Qué hora es, de todos modos? ¿Y dónde estoy?

– Estás en Trenton, Nueva Jersey. Son las ocho de la mañana. Y no contestaste mi pregunta.

Él apagó la televisión.

– Maldición. Trenton. Debería haberlo adivinado. Ocho de la mañana. Tengo un día entero para hacer tiempo. Maravilloso. Y la respuesta a tu pregunta es… no pronto. No sería fácil matarme, pero supongo que si te lo propones podrías encontrar algo.

Fui a la cocina y telefoneé a mi vecina de al lado, la Sra. Karwatt.

– Me preguntaba si podría venir sólo un segundo, -dije-. Hay algo que me gustaría mostrarle. -Un momento después, acompañé a la Sra. Karwatt a mi sala de estar-. ¿Qué ve? -Le pregunté-. ¿Hay alguien sentado en mi sofá?

– Hay un hombre en tu sofá, -dijo la Sra. Karwatt-. Es grande, y tiene una cola de caballo rubia. ¿Es la respuesta correcta?

– Sólo comprobaba, -dije a la Sra. Karwatt-. Gracias.

La Sra. Karwatt se marchó pero Diesel se quedó.

– Ella podía verte, -le dije.

– Pues bien, obvio.

Él había estado en mi apartamento ya casi por media hora, y no había rotado completamente la cabeza o tratado de luchar conmigo para derribarme. Era un buen signo, ¿verdad? La voz de mi madre volvió. Eso no significa nada. No bajes tu guardia. ¡Podría ser un maníaco! El problema era, que la idea de un perturbado chocaba frente al presentimiento de que era un buen tipo. Cabezota y arrogante y generalmente detestable, pero no un criminal desquiciado. Por supuesto, es posible que en mis instintos influyera el hecho de que era increíblemente atractivo. Y olía maravilloso.

– ¿Qué haces aquí? -Le pregunté, la curiosidad comenzaba a anular el pánico.

Él se levantó, estiró y rascó el estómago.

– Pues soy el maldito Espíritu de la Navidad.

Me quedé boquiabierta. El maldito Espíritu de la Navidad. Debo estar soñando. Probablemente soñé que llamaba a la Sra. Karwatt, también. El maldito Espíritu de la Navidad. De hecho es terriblemente gracioso.

– Mira, -le dije-. Tengo bastante espíritu Navideño. No te necesito.

– No me grites, Gracie. Personalmente, odio la Navidad. Y preferiría estar sentado bajo una palmera ahora mismo, pero oye, aquí estoy. Así que sigamos con ello.

– Mi nombre no es Gracie.

– Cómo sea. -Él miró alrededor-. ¿Dónde está tu árbol? Se supone que tienes un estúpido Árbol de Navidad.

– No he tenido tiempo para comprar un árbol. Estoy tratando de encontrar a un tipo. Sandy Claws. Es buscado por robo, y no ha acudido a su vista en el tribunal, así que está violando su acuerdo de fianza.

– ¡Hah! Bien. Esa no es la mejor excusa para no tener un Árbol de Navidad. Déjeme ver si entendí bien los detalles. ¿Eres una cazarrecompensas?

– Sí.

– No pareces un cazarrecompensas.

– ¿A qué se supone que se parece un cazarrecompensas?

– Vestido de negro, con un revólver de seis tiros atado a su pierna, un puro cortado en ambos extremos apretado entre sus dientes. -Puse otra vez los ojos en blanco.

– Y vas detrás de Santa Claus porque huyó.

– No Santa Claus, -dije-. Sandy Claws. S-a-n-d-y C-l-a-w-s.

– Sandy Claws. Mujer, ¿cómo puedes creerlo con ese nombre? ¿Qué robó, un gatito?

Eso venía de un tipo llamado como el motor de un tren.

– Primero, tengo un trabajo legítimo. Trabajo para la Compañía de Fianzas Vincent Plum como cazadora de fugitivos. Segundo, Claws no es un nombre tan extraño. Probablemente era Klaus y lo cambiaron en la Isla Ellis. Pasó mucho. Tercero, no sé por qué te lo estoy explicando. Probablemente tuve un accidente, me caí, me pegué en la cabeza y estoy realmente en la [1]UCI ahora mismo, alucinando todo esto.

– Mira, este es el típico problema. Ya nadie cree en lo místico. Nadie cree en los milagros. Pues sucede que soy algo sobrenatural. ¿Por qué mejor no lo aceptas y listo? Apuesto que tampoco crees en Santa Claus. Tal vez Sandy Claws no cambió su nombre de Klaus. Quizás cambió su nombre de Santa Claus. Acaso el viejo tipo se cansó de la rutina de los juguetes para niños y sólo quiso esconderse en algún sitio.

– ¿Entonces piensas que Santa Claus podría vivir en Trenton bajo un nombre falso?

Diesel se encogió de hombros.

– Es posible. Santa es un tipo bastante evasivo. Tiene un lado oscuro, sabes.

– No lo sabía.

– No muchas personas lo saben. ¿Así que si logras agarrar a este tipo Claws, tendrías un Árbol de Navidad?

– Quizás no. No tengo dinero para un árbol. Y no tengo ningún adorno.

– Diablos, estoy clavado con un quejoso. Nada de tiempo, dinero, ni adornos. Sí, sí, sí.

– Oye, esta es mi vida y no tengo que tener un Árbol de Navidad si no quiero.

Ahora, en realidad quise un Árbol de Navidad. Quise un árbol voluminoso y alto con luces de colores brillantes y un ángel encima. Quise una corona en mi puerta principal. Quise candelabros rojos en mi mesa del comedor. Quise mi armario lleno de regalos maravillosamente envueltos para mi familia. Quise villancicos saliendo de mi equipo de música. Y quise un pastel de frutas en mi refrigerador. Era lo qué que cada entusiasta Plum se suponía tenía en Navidad, ¿cierto?

Quise despertarme por la mañana, sentirme feliz y llena de buenas intenciones y paz en la tierra y buena voluntad hacia hombres. Y quise tener una perdiz en mi peral.

Bien, ¿y adivina qué? No tenía ninguna de esas cosas. Ni árbol, ni corona, ni candelabros, ni regalos, ni ningún pastel de frutas de miedo y ninguna maldita perdiz.

Cada año perseguía la perfecta Navidad y cada año la Navidad casi sucedía. Mis Navidades eran siempre un lío de regalos de última hora mal envueltos, un pedazo de pastel de frutas enviado a casa en una bolsa con los restos de la casa de mis padres, y por los dos últimos años no he tenido un árbol. Apenas podía pretender llegar a la Navidad.

– ¿Qué quieres decir, no quieres un Árbol de Navidad? -dijo Diesel-.Todo el mundo quiere un Árbol de Navidad. Si tuvieras un Árbol de Navidad, Santa te traería algo… como rulos para el pelo y zapatos de mujerzuela.

Se me escapó un suspiro.

– Aprecio tu compenetración con la Navidad, pero ahora vas a tener que marcharte. Tengo cosas que hacer. Tengo que trabajar en el caso de Claws y luego más tarde prometí a mi madre que iría para hornear galletas de Navidad.

– No es un buen plan. Hornear galletas no me gusta mucho. Tengo uno mejor. ¿Y sí encontramos a Claws y luego compramos un árbol? Y por el camino a casa después de comprar el árbol podemos ver si los Titanes juegan esta noche. Tal vez podamos agarrar un juego de hockey.

– ¿Cómo sabes sobre los Titanes?

– Lo sé todo.

De nuevo puse los ojos en blanco y lo pasé raspando. Lo hacía tanto, que me daría un dolor de cabeza.

– Bien, he estado en Trenton antes, -dijo-. Tienes que dejar de hacer rodar los ojos. Vas a soltarte algo.

Yo había planeado tomar una ducha, pero no había modo que entrara en la ducha con un hombre extraño sentado en mi sala de estar.

– Me cambio de ropa, y luego voy a trabajar. No vas a entrar en mi dormitorio, ¿verdad?

– ¿Quieres que lo haga?

– ¡No!

– Tú te lo pierdes. -Volvió al sofá y a la televisión-. Avísame si cambias de opinión.

Una hora más tarde estábamos en mi Honda CRV. Yo y el Hombre Sobrenatural. No lo había invitado a corretear conmigo. Él simplemente había abierto la puerta y había entrado en el coche.

– Admítelo, te gusto, ¿cierto? -preguntó.

– Falso, no me gustas. Pero, por alguna misteriosa razón, no estoy totalmente aterrorizada.

– Es porque soy encantador.

– No eres encantador. Eres un imbécil.

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[1] UCI: Unidad de Cuidados Intensivos. (N. de la T.)